miércoles, 10 de noviembre de 2010

EL SOLDADO Y LA MADRE

El soldado, al término de la guerra, llamó por teléfono a su madre y le dijo:

–No llores... Estoy vivo... No maté a nadie, pero perdí las piernas y los brazos...

La madre, al otro cabo del teléfono, quedó con el grito atascado en la garganta y cayó fulminada por un infarto.

TERROR

Desde que empecé a leer libros de terror, no podía conciliar el sueño ni vivir tranquilo; tenía la mente poblada de voces de ultratumba y el cuerpo habitado por el espíritu de quienes encontraron una muerte atroz en circunstancias inverosímiles. Así pasaba los días, sentado en la mecedora de mimbre que había en la última habitación de la casa, hasta que una noche, mientras el cielo se rompía en relámpagos y aguacero, y yo leía un episodio en el que iba a consumarse un nuevo crimen, sentí una mano ruda sobre el hombro, volví la cabeza con vértigo y me enfrenté a la mirada fría de un monstruo que, con un enorme machete en la mano, me partió el cuerpo de un solo tajo.

 ALUCINACIÓN

Ella quedó sola en medio del desierto, tras un ventarrón infernal que barrió la aldea, dejando a salvo sólo su choza hecha con adobes de barro y estiércol de camello.

Al día siguiente, mientras contemplaba el horizonte a través de la ventana, divisó a un hombre que, acercándose cada vez más, más y más, cruzó por delante de sus ojos.

Ella lo recibió en la puerta y le preguntó:

–Y tú, ¿quién eres?

–Un fantasma –contestó, y luego desapareció

–Fue una simple alucinación –se dijo ella. Cayó al suelo y rompió a llorar. Se revolcó y lamentó, hasta ahogarse en sus lágrimas que formaron un oasis entre las dunas del desierto.

 LA LEY DE FUGA

El preso se escabulló de sus captores y corrió abriéndose paso entre el gentío, mientras a sus espaldas, como acosado por un tropel de bestias uniformadas, se oían voces que atronaban en el aire: ¡Deténganlo! ¡¡Deténganlo, carajos...!! ¡¡¡Deténganlo!!! De súbito, un disparo inundó la calle y el fugitivo cayó a plomo. El capitán le pegó el tiro de gracia. Volteó el cadáver con el pie, lo miró con infinito desprecio y refunfuñó: ¡Por fin te apliqué la ley de fuga!

 ASALTO

Cinco encapuchados se metieron en la tienda. El joyero, impactado por el asalto, se quedó de piedra, a la vez que su mujer, como fulminada por una descarga eléctrica, cayó entre el mostrador y las vitrinas, los ojos en blanco y los dientes apretados.

Los asaltantes vestían de negro; eran altos, fornidos y de procedencia dudosa. Uno de ellos, que pegaba gritos y actuaba con alevosía, ordenó abrir la caja fuerte. El joyero, al ver que su mujer no presentaba señales de vida, se negó, se negó y se negó, hasta que alguien, a sangre fría y sin clemencia, le cosió a puñaladas.

Los asaltantes destrozaron las vidrieras, vaciaron las joyas en talegos y huyeron en desbandada, mientras el joyero agonizaba en el suelo, junto a su mujer, sin más testigo que un hilo de sangre que corría hacia la puerta, por donde cruzaba un polvillo de nieve arrastrado por el viento.

CRIMEN PASIONAL

La misma noche en que retorné del viaje, encontré a mi mujer acostada con mi padre. Un torbellino de celos me arrebató la razón y un instinto de venganza me estalló en el pecho. Busqué el revólver en la gaveta del escritorio, apunté contra mi progenitor y de dos tiros lo revolqué en la cama.

Ella abrió los ojos y pegó un grito, mientras se levantaba desnuda y despavorida. No soporté su traición y la reduje a golpes; la amordacé, la maniaté y la asfixié con la almohada, antes de darme a la fuga y colgarme del mismo árbol bajo cuyas frondas verdes un día le declaré mi amor.

Y si ahora me tienen aquí, es sólo para confesarles el porqué del crimen, el porqué de mi partida y el porqué de mi muerte.


LA PRINCESA INFELIZ

Érase una vez un castillo. En el castillo vivía una princesa infeliz. El mal de sus males, aunque no lo crean, estaba en que no había nacido para ser princesa.

Cuando contrajo matrimonio con el príncipe azul de una lejana aldea, se sintió la esposa más infeliz que pisaba la tierra, hasta que un día, mientras el príncipe se marchó a la guerra, la princesa huyó del castillo y se casó con el labrador más humilde de su aldea.

Desde entonces, dejó de ser princesa para ser feliz.